La luz del cirio pascual disipa las tinieblas que rodean el sepulcro, el sonido de las campanas y el canto del Gloria anuncian la Pascua desde Jerusalén. Es el único lugar del mundo donde la vigilia pascual -la "madre de todas las vigilias"- se celebra en la mañana del Sábado Santo, como se hacía en la antigüedad. Es el primer lugar del mundo donde se celebra la Semana Santa. Desde aquí, desde la tumba vacía, desde hace más de 2.000 años, el anuncio de la resurrección llega a todo el mundo. La liturgia es fuertemente simbólica: se bendice el fuego frente a la piedra de la Unción. Frente al edículo de la Anástasis, se enciende el cirio pascual con una llama sacada del Sepulcro. La "luz de Cristo" se propaga de una persona a otra, signo de vida nueva en Cristo que nos permite vivir como "hijos de la luz". La proclamación de las siete lecturas alternadas con los salmos renueva la historia de salvación para los fieles; las campanas repican en celebración al canto de Gloria, anunciando la Resurrección al mundo. Finalmente, la bendición del agua con la renovación de las promesas bautismales. La celebración fue presidida por Mons. Pierbattista Pizzaballa, patriarca latino de Jerusalén, quien en su homilía habló de la valentía de las mujeres, que fueron las primeras en anunciar la Resurrección, como narra el Evangelio de San Lucas. “Cristo —dijo— es la esperanza de quienes lo buscan con fe y valentía. Es la esperanza de quien no permanece encerrado en su propia seguridad, sino que se aventura a encontrarla en este mundo atribulado. Este es el camino que la Iglesia está llamada a recorrer”. Desde Jerusalén, frente al sepulcro vacío, se renueva el anuncio de la resurrección: “Esta es la verdadera alegría de la Pascua —dijo el patriarca. El Dios del Señor Jesucristo está vivo. No dejará que prevalezca la muerte”. Como mujeres ante el sepulcro, todo cristiano de hoy lleva consigo la certeza renovada de que Cristo ha resucitado y el mandato de anunciar con su vida que está vivo entre nosotros.