“Presenté mi espalda a los flageladores, mis mejillas a los que me arrancaban la barba; no he guardado mi rostro de insultos y escupitajos” (Is 50, 6). La capilla de la Flagelación conmemora el lugar donde según la tradición sucedió la flagelación de Cristo. Aquí, en el siglo XII, los cruzados construyeron un santuario que, al caer en manos musulmanas, fue reducido a un establo y luego transformado en una fábrica de tejidos. La Custodia de Tierra Santa recuperó el lugar en 1838 gracias a una donación del duque Maximiliano de Baviera: lo restauró y lo reabrió al culto. En 1929 la capilla fue bellamente renovada por el arquitecto Barluzzi. Cada día peregrinos de todo el mundo comienzan aquí el viacrucis, para desandar el camino que llevó a Jesús al Calvario. Esta semana las peregrinaciones cuaresmales de la comunidad franciscana se detienen en este santuario. La santa misa fue presidida por Fr. Giuseppe Gaffurini, guardián del Convento de la Flagelación y concelebrada por los frailes de la Custodia. Muchos religiosos y peregrinos estuvieron presentes. Fr. Alessandro Coniglio meditó, en su homilía, sobre los hechos ocurridos en este lugar: “Contemplamos al Siervo que experimenta la dolorosa oposición de enemigos inespecíficos, sufriendo el rechazo del hombre que naturalmente debía amar y buscar a Dios”. Fr. ALESSANDRO CONIGLIO, ofm Profesor Studium Biblicum Franciscanum – Jerusalén La dialéctica que se desarrolla en la historia humana frente a este Dios que nunca cesa de demostrar su amor aun cuando esta especie de rechazo surge del hombre. Una negativa que es un misterio, pero que quizás podamos intentar explicar de algún modo como el intento del hombre de independizarse de Dios. El hombre ha recibido una libertad creada, es decir, una libertad finita. Cuando el hombre intenta dar a su libertad una dimensión infinita pero fuera de Dios, fuera de su plan, ve a Dios como un adversario, como un competidor y entonces probablemente surge este rechazo, esta especie de bloqueo hacia Dios. Pero el Hijo de Dios, viniendo de Dios, en la humanidad, logró recuperar esa comunión que el hombre había roto. Y es precisamente Jesús quien, en su búsqueda del hombre, iba siempre a un lugar no lejos de Jerusalén, a Betania, a la casa de sus amigos más íntimos: Marta, María y Lázaro. Destino de una de las últimas peregrinaciones de Cuaresma, aquí los frailes celebraron dos misas: una en la Tumba de Lázaro a las 6.30 de la mañana y la otra en la iglesia. La mañana prosiguió luego hasta la cima del Monte de los Olivos: A la capilla de la Ascensión y al Santuario del Padrenuestro.